Encerrado

Cuando era adolescente recuerdo la casa de mi amigo Javier. Era una casa de principios de siglo con innumerables habitaciones, una tras otra, con pesadas puertas y ventanas con enrejados de hierro forjado. A mí me gustaba mucho ir a casa de Javier y recorrer con él esos cuartos donde hallábamos trebejos antiquísimos, llenos de polvo y telarańas, que evocaban épocas románticas y lejanas. Recuerdo que en una ala de la casa había varios cuartos, y después una especie de corralón o patio, detrás del cual había una barda con una puerta con 3 candados. Siempre le preguntaba a Javier qué había allá, y el me decía: «No sé, pero mis papás me tienen prohibidísimo acercarme allí, y si me llegan a atrapar hurgando, de seguro me pondrán un castigo de minimo 1 mes sin salir.

A mí la curiosidad me picaba, y me preguntaba qué terrible secreto habría allí. Quizás un tesoro escondido?, o armas apiladas listas para una revolución, o una cámara de torturas de la Inquisición? Yo me hacía miles de fantasías. Una noche me quedé a dormir en casa de Javier y cuando fui al bańo en la noche, se me ocurrió abrir la ventana del bańo ya que había mucha condensación porque un hermano de Javier se acababa de bańar. Al abrirla, noté que en el ala prohibida se veía una luz tenue, como de una lámpara o un foco débil, y me pareció notar movimiento. Al amanecer, me levanté antes que toda la familia de Javier, y silenciosamente me dirigí a esa ala de la casa.

Crucé el corralón y vi que los 3 candados de la puerta eran fuertes y estaban cerrados; la puerta era de metal y no había cómo entrar. Noté que en el rincón donde terminaba la pared había una grieta y fui a asomarme a ella. Con gran esfuerzo me pegué a la pared y puse mi ojo a la rendija y vi una habitación iluminada, pero carente de ventanas. El cuarto estaba elegantemente amueblado y tenía una cama, escritorio, mesa, sillones, sofá, libreros, un estéreo con muchos discos y cassettes (todavía no existían los CD’s). En el centro del cuarto estaba un hombre como de 30 ańos ó tal vez menos, como 25; era guapísimo, delgado, alto, con cabello castańo obscuro y ojos claros y tristes. Estaba bien rasurado y vestía unos pijamas. Tras él estaba la abuela de Javier, parada, con un cinturón de cuero en la mano, y le gritaba al joven: «ĄAsqueroso!, Ądegenerado!, llenaste de vergüenza a toda la familia y revolcaste por el lodo nuestro buen nombre». Entonces empezó a azotarlo en la espalda y en las asentaderas, furiosamente. Él se retorcía de dolor y podía ver algunas lágrimas corriendo por su rostro, pero se mantenía firme y no se quejaba. Ella dijo: «ĄAquí vivirás encerrado para siempre!, que todos crean que estás muerto, ya que para mí sí lo estás».

Entonces la abuela salió, abrió una puerta que yo no había visto con una llave de un pesado manojo de llaves, y se fue. El hombre se quedó ssolo, y se puso a llorar creyendo que nadie lo veía. A mí me dio mucha lástima. Luego se desnudó, dejando ver el cuerpo más hermoso y velludo que había contemplado, y empezó a aplicarse un ungüento sobre las heridas producidas por los azotes. Luego, noté que un sirviente le trajo una bandeja con su desayuno y lo metió por una abertura como de 4 pulgadas de alto debajo de la puerta por donde había salido la abuela. Él lo recogió y empezó a desayunar mientras veía la televisión sentado en su cama.

Las paredes del corralón eran de adobe, así que era fácil trepar por ellas debido a los salientes que tenían y a los huecos donde uno podia apoyar los pies. Me subí al techo del cuarto y noté que del otro lado, donde estaba la puerta en cuestión, había un patio que conducía a las cocinas y a la habitación de la abuela. Yo sabía cómo llegar allí.

Más tarde le dije a Javier: «żQuién es un hombre que está encerrado en el ala prohibida?». Javier dijo: «No comentes nada de eso, o mis papás y abuelos se pondrán furiosos. Todo lo que sé es que es un tío que está loco, creo que porque estuvo en la guerra de Vietnam y los chinos lo torturaron y quedó loco. No hables de ello»> Le dije: «żPero nunca te han dicho más?». Él dijo: «Una vez mi tía Sara, la solterona, me empezó a contar algo, pero mi mamá vino y la calló y le prohibió que me contara más cosas. Ella debe saber; si quieres podemos sacarle algo». Yo le dije que sí, ya que estaba muy impresionado con el guapo prisionero y me dio mucha lástima».

Después de desayunar fuimos al cuarto de la tía Sara. Ella era una mujer como de 35 ańos pero que se vestía como una anciana, siempre de negro, con faldas largas, medias gruesas y pańoleta negra. Sin embargo era muy hermosa y su rostro parecía de una madonna de Rafael. Javier le enseńó cámara fotográfica que su papá le había comprado por su cumpleańos y ella la revisó con gusto. Javier le dijo: «Déjame tomarte una foto, tía». Ella se sentó derecha y tiesa, Javier le dijo: «No, así no, más relajada, y żpor qué no te sueltas el pelo? Te vés más bonita». Ella se ruborizó y se quitó unas peinetas, soltando un hermoso cabello ondulado negro que le llegaba hasta la cintura, lustroso como la seda. Javier le hizo algunas fotos. Luego le dijo: «Oye tía, żme prestas por favor tu álbum de fotos para mostrársela a Dani?».

Ella le dio un libro muy grueso y Javier y yo nos pusimos a ver las fotos. Entonces, al voltear una hoja, se salió una foto pequeńa, y yo inmediatamente reconocí al prisionero. Ella inmediatamente la recvogió y se la guardó en un bolsillo. Yo le dije a Javier que vigilara a ver si no venían sus padres o abuelos mientras yo hablaba con ella. Le dije a la tía Sara: «Yo vi a ese seńor encerrado en un cuarto donde la abuela lo golpeaba con un cinturón». Ella se puso muy nerviosa y me dijo: «Por favor, Dany, no hables de esto con nadie, es un terrible secreto de familia y si alguien se entera por mi culpa, mis padres me matarían. Yo le dije: «Dicen que es un loco, żverdad?».

Ella dijo: «No, no está loco, está perfectamente sano. Es mi hermano Gabriel. Era mi hermano favorito, ya que es el menor de todos nosotros, pero está castigado». Yo le pregunté: żPor qué castigado, qué hizo?». Ella me dijo, con mucha vergüenza y titubeante: «Hizo cosas con un amigo». Le dije: ‘żQué cosas? żRobó? żMató a alguien?». Ella dijo: «No, cosas, como si fueran novios. Mis padres los descubrieron y lo encerraron de por vida. Al otro amigo, su familia lo metieron a un manicomio». Yo me quedé sumamente impresionado, żcómo podían ser tan crueles de meter a alguien a un manicomio sólo por ser homosexual, y cómo alguien podía ser torturado así y vivir encerrado? Le pregunté: «żCuánto hace de eso?». Ella dijo «5 ańos. Desde entonces mis padres lo castigan, un día mi papá y al otro día mi mamá; y los domingos viene un padre de la iglesia a exorcisarlo porque ellos dicen que está endemoniado».

Desde entonces me propuse ponerme en contacto con Gabriel, el prisionero. Un día que fui de visita, me cercioré que no hubiera nadie con él, mirando por la grieta de la pared. Luego me trepé a la azotea y fui a la puerta y lo llamé desde la rendija en el pie de la puerta, por donde le pasaban su comida. Le dije: «ĄGabriel!». Él se acercó, temeroso y preguntó quién era yo. Dije: «Me llamo Dany, soy amigo de tu sobrino Javier. Me enteré de cómo vives y quiero ayudarte». Él dijo: «ĄNo, vete por favor! Gracias por tu intención, pero no se puede hacer nada, y corres mucho riesgo. Si mis padres te atrapan, te va a ir muy mal». Yo le dije: «Ya veremos. Sólo quiero que sepas que estoy de tu parte y trataré de ayudarte».

Otro día fui a la puerta del corralón, la de los candados que nunca se abrían. Traté de abrirlos con una ganzúa pero no pude. Entonces noté que había arena debajo, así que cavé y cavé con una placa de licencia de coche oxidada, hasta que el hoyo fue suficiente para meterme, ya que soy delgado. Puse un cartón y lo regué bien con tierra y cuando entré, tiré del cartón para tapar el agujero y pareciera que no se había escarbado. Del otro lado de la puerta había un pequeńo patio que llegaba al cuarto, que tenía forma de L, lo que yo había visto era la recámara y me imagino que el patio estaba afuera del bańo.

Había una ventana pero muy estrecha. Puse unos cajones que había allí y me trepé para colarme por la ventana. Entré al bańo y en ese momento Gabriel dijo: «żQué es ese ruido?». Yo le dije: «Shhh!, soy Dany». Él se quedó asombrado, viéndome. Yo estaba todo arańado por haberme colado por el agujero en el suelo y la ventana del bańo. Él me invitó a su cuarto, y allí platicamos largo y tendido, Yo no me cansaba de mirar su hermosa cara, admirar sus velludos brazos y manos, y me daba mucha lástima su situación. Él me contó de su amante, el cual era su mejor amigo y juntos habían descubierto el mundo del sexo homosexual, y dijo que estaba injustamente encerrado y tal vez hasta muerto, puesto que él le había jurado que si los separban él se iba a matar.

Cada vez que visitaba a Javier, cuando nadie me veía me escabullía para ver a Gabriel. La intimidad entre nosotros creció. Un día me dijo: «żSabes Dany? Tú me gustas mucho. Hace tantos ańos que no veo a otro hombre ni he tocado a nadie ni nadie me ha tocado. żQué edad tienes?». Yo dije: «18 ańos (bueno, quiero que me publiquen mi historia)». Dijo: «żMe dejas que te abrace? Si algo no te gusta o te molesta, me lo dices e inmediatamente desistiré. Sólo quiero demostrarte mi afecto por tu interés». Yo me dejé abrazar y me gustó mucho estar entre sus brazos fuertes y pegado a su cuerpo esbelot. Sentí que algo golpeaba contra mi muslo, y era su verga que empeazaba a crecer en el pantalón. Yo le desabotoné los pantalones y éstos cayeron, revelando una verga de 9 pulgadas de largo, circuncidada y gruesa, con un par de testículos grandes como limones.

Lentamente me abracé a él, le besé el pecho y me fui hincando hasta quedar con su verga frente a mi cara. Entonces la tomé en mis manos, me la metí en la boca y empecé a mamar con mucha pasión. Él se retorcía de placer y movía sus caderas para cogerse mi boca. Luego se vino en mi garganta. Después él me bajó lo pantalones, sacó mi verga de 8 1/2 pulgadas de largo, circuncidada, y se la metió en la boca, lamiendo y mamando con tanto entusiasmo que se notaba que estaba desesperado por hacerlo. Cuando me vine en su boca, me abrazó y me dijo: «Dany, me has hecho muy feliz, gracias. Pero vete, no vaya a ser que te descubran y te lastimen». Yo le dije: «Te prometo que te ayudaré. Si sales de aquí, żtienes forma de mantenerte y valerte por ti mismo?». Él dijo: «Claro que sí, soy ingeniero y puedo conseguir trabajo fácilmente».

Cuando fui a casa le pregunté a mi papá si conocía un buen abogado y dijo que sí, que su amigo Manuel era abogado litigante. Me preguntó por qué, y dije, es que necesito hacer un trabajo para la escuela acerca de la carrera de abogado y quiero entrevistar a alguien que sepa. Mi papá llamó a su amigo e hizo una cita para que yo lo viera. Fui al día siguiente a ver al licenciado Manuel y me recibió con gusto, yo le pregunté: «Entre los casos que nos encargaron estudiar, está el de una persona encerrada contra su voluntad por sus propios padres. Él es mayor de edad, pero ellos no lo dejan salir diciendo que está loco, pero no es cierto. Y además lo torturan. żQué puede hacer esa persona?». Él dijo que el caso era muy raro pero que había precedentes, sacó un libro y me citó casos similares. Me dijo: «Esa persona debe tratar de denunciar al ministerio público, acusando a sus padres, conseguir una orden de cateo y lograr que un juez dé una orden de restricción».

Le pedí más detalles y él me explicó todo. A los pocos días fui a ver a Gabriel, le expliqué todo. Él hizo una carta dirigida al agente del ministerio público, denunciando la situación. Yo llevé los papeles al juzgado y poco después llegaron varios policías armados a la casa de Javier, con una orden de cateo, buscando a Gabriel. Ellos negaron que estuviera allí, pero se pusieron a buscar. Sara le dijo en voz baja a un policía dónde estaba Gabriel. Lo sacaron entre dos policías y se lo llevaron, y arrestaron al abuelo y la abuela de Javier por secuestro y torturas. Ellos salieron libres bajo fianza, pero el juez puso una orden que les prohibía acercarse en un círculo de 100 metros de donde estuviera Gabriel.

Éste se vio libre, pálido y ojeroso, y su historia salió en los periódicos, donde sólo se dijo «por razones de familia». Pronto consiguió trabajo, se consiguió un apartamento en una buena colonia, alejado de la casa de sus padres, y allí lo visitaba yo después de la universidad, y hacíamos el amor durante horas. Un día, Sara llegó, había salido de su casa a escondidas y se abrazaron, y dijo: «Gabriel, me escapé de la casa, żpuedo quedarme contigo? Yo puedo trabajar como maestra y ayudarte con la renta y los gastos». Él estaba feliz y le dijo: «Espero que las cosas que sabes de mí no te molesten ni te hagan juzgarme». Ella dijo: «No, hermano, siempre he estado de tu lado, pero sabes que contra papá y mamá nadie puede, son unos tiranos». Él le dijo: «Dany dice que te conoce. Gracias a él estoy libre. Él es mi amante, żte molesta eso?». Ella dijo: «No, yo quiero a Dany, y si yo fuera a conseguirte un novio, el primero que me gustaría para ti sería Dany».

Después de 2 ańos, Sara cambió su apariencia por completo, era una mujer joven, guapa, alegre y trabajadora; consiguió un novio muy guapo, un arquitecto, y se casaron. Ahora ya tienen dos nińos y viven muy felices.

Gabriel consiguió un trabajo muy bien pagado, y como había estado tanto tiempo encerrado y tenía tan poca experiencia del sexo antes de que lo encerraran, yo fui quien le enseńó muchas de las cosas que sabe ahora sobre el sexo entre dos hombres enamorados, y todavia le sigo enseńando muhcas cosas.

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