Sólas en casa Parte II

La madre de Andrea certificó el comienzo del primer fin de semana solas para ella y Virginia con el cierre de la puerta del piso tras si. Inmediatamente y en el mismo umbral de la puerta, Virginia se abalanzó sobre Andrea para abrazarla por la espalda y besarla en el cuello. Andrea, aunque había decidido no reprimir innecesariamente su ansia, se volvió y con gesto de apartarla le dijo:

-«Espera, espera hasta que salgan a la calle».

Virginia obedeció, pero tan sólo para relajar la acometida inicial y mantenerse pegada a su amiga sin dejar de acariciarla con la boca en el cuello y en la nuca. Con el corazón latiendo apresuradamente y presa de una sucesión de estremecimientos, Andrea aguzó el oído. Oyó el cierre de la puerta del ascensor y el ruido del mecanismo que lo bajaba hasta el portal. Sigilosamente y previa exigencia de silencio absoluto a Virginia, abrió la puerta para cerciorarse de que su familia abandonaba el edificio. Desde la escalera oyó en la lejanía el característico ruido metálico al cerrarse de la puerta de la calle. Rápidamente volvió adentro y se colocó sigilosamente junto al ventanal de la sala de estar. Seguida muy de cerca por una Virginia que, comprensiva y divertida, le dejaba calmar sus últimas aprensiones, Andrea siguió con la mirada a su familia entrar en el coche y enfilar la carretera de salida a la autovía.

Impaciente, Virginia inquirió: -«Qué, podemos empezar ya de una puta vez ?».

-«Sólo quería estar segura de que se marchaban de verdad, no fuera a ser que se les olvidase algo, subiesen y nos pillasen in fraganti. A ver si todavía dan media vuelta y…

Virginia no le permitió seguir hablando. Asiéndola firmemente por las caderas unió su boca a la de ella y le obsequió con un apasionado beso de tornillo. De esta guisa, abrazadas y morreándose, se fueron desplazando a trompicones hacia atrás hasta caer pesadamente de espaldas sobre el sofá, Andrea tumbada debajo y Virginia puesta encima. Esta última, como ambas habían supuesto, llevaba la iniciativa. Resplandeciente de felicidad y de excitación, indicó a una no menos fascinada Andrea que, de momento, puesto que tenían muchas horas por delante, sería estupendo que solo se dieran el lote en esta cómoda posición (podían intercambiarse en cualquier momento). Andrea asintió, pero no quiso empezar sin ańadir con una expresión de trascendencia:

-«Virginia, quiero que sepas que me vas a hacer la mujer más feliz del mundo, que te adoro, y que estoy dispuesta a entregarme a ti para hacerte gozar».

Un tanto sorprendida por el arrebato romántico de Andrea, pero encantada por su determinación para explorar juntas las delicias del lesbianismo, Virginia le dedicó una amplia sonrisa:

-«Querida, eres maravillosa. Vamos a pasarlo de puta madre. Me parece que vamos a batir el récord mundial de orgasmos»

Las dos rieron al unísono la grosera ocurrencia de Virginia y con un gritito de placer pasaron a la acción. Sin desprenderse de la ropa -Virginia vestía un body blanco muy ajustado que le llegaba hasta el medio muslo a modo de minifalda y calzaba unas deportivas también blancas, en tanto Andrea llevaba un polo Lacoste azul marino, pantalones de viscosa grises a rayas y botines negros de piel vuelta-, se deleitaron durante más de media hora en el intercambio de besos, chupeteos y achuchones que al calor del contacto de sus cuerpos y las guarradas que se susurraban hacían extraordinariamente lúbricos. Querían saborearse como nunca en el pasado, sin prisas, despreciando el reloj, sin miedo a ser descubiertas. Así se pasaron un buen rato morreándose casi ininterrumpidamente, intercambiando saliva y jugueteando con las lenguas. Andrea, absolutamente hechizada por la catarata de sensaciones que experimentaba, confesó a Virginia que podría estarle besando indefinidamente. Le gustaba un montón el contacto de sus labios carnosos y sensuales, mirar de cerca sus ojazos felinos (por contra, su mirada siempre le había parecido bovina). Sí, Virginia era muy guapa.

La ardiente rubia no perdía ocasión de pegarle unos buenos repasos manuales y bucales al abultado busto de Andrea, deliciosamente silueteado por el polo y cuyo canal central asomaba por entre el cuello desabrochado en sus tres botones. Tuvo que contenerse para no despojar a Andrea del polo y emprenderla directamente con los pezones, pues se había prometido que durante un buen rato no se desnudarían. Lo bueno, si se hace esperar, es doblemente bueno.

Por su parte, a Andrea le excitaba sobremanera la forma en que Virginia se le había recostado encima, con sus hermosas y bronceadas piernas de piel amelocotonada entrelazadas con las suyas, embutidas en el ajustado pantalón. Comentándoselo a Virginia, Andrea supo que esta pensaba exactamente lo mismo de sus piernas. Espoleadas por estas eróticas confidencias y casi sin que se dieran cuenta, se encontraron masturbándose mutuamente (o follando, mejor dicho) al imitar Virginia la penetración y ayudarla Andrea agarrándola por el culo y empujándola. Rápidamente encontraron la posición que permitía el máximo contacto de sus chorreantes vaginas. Esto las incitó a acelerar sus convulsiones y a desear (sin desvestirse todavía !) alcanzar un primer orgasmo. Virginia no quería que esto llegara todavía, pero no pudo contenerse y, asistida por Andrea, que agarrándola por los pelos la emprendió a besos en todo su rostro y cuello, terminó corriéndose con una escandalera tal que Andrea no pudo evitar pensar en los vecinos.

Andrea observó lo sucedido y detuvo el movimiento rítmico de sus caderas. Sin esperar a que Virginia se recuperara y pudiera articular palabra, se desprendió del polo y el sujetador, se quitó las botas y los pantalones y, por último, con un violento movimiento de pierna, arrojó las bragas al otro extremo de la sala.

-«Me parece que ya es hora de empezar en serio, no, Virginia ?»

Divertida y sorprendida por lo lanzada que iba su habitualmente recatada amiga, Virginia alegó burlonamente:

-«Mmmmm… cuanto llevamos ?, sólo media hora ?. Veo que ya no te acuerdas de tus viejos…»

-«Déjate de chorradas y ven».

A Virginia no hacía falta que se lo dijera dos veces. Primero atacó las tetas, que desde que las descubrió en su penúltima aventura sexual las tenía metidas entre ceja y ceja. Con gran delectación de Andrea, que bien sujeta por su manos no dejaba que la cabeza de su amiga se despegara de su busto, Virginia primero estimuló los pezones con los dedos hasta terminar de ponerlos turgentes y después se trabajó los pechos con una alternancia de magreos y chupadas. Virginia puso gran esmero en su labor, pues las tetas de Andrea, anchas pero de prominencia moderada, como platos, eran deliciosas. Siguiendo las indicaciones de la jadeante Andrea, que también quería gozar de su primer orgasmo, la boca de Virginia fue descendiendo lentamente, se demoró en el ombligo -donde un alarde lingüístico provocó en Andrea un respingo de placer- y se metió finalmente en la vagina.

Azuzada de nuevo por las manos de Andrea, firmemente agarradas a su cabellera revuelta, Virginia admiró los gruesos labios externos de la almeja de su amiga y empezó a mordisquearlos para luego hundir la lengua en la raja. Sabía, por una experiencia anterior, que Andrea experimentaba más placer si se le estimulaba preferentemente las paredes vaginales, pues su clítoris no era tan sensitivo, tal vez por su diminuto tamańo, siempre escondido entre los pliegues labiales. El cunilingus de Virginia pronto surtió efecto y Andrea gozó entre gemidos de su primera corrida de la tarde.

-«Venga, ahora me toca a mí», urgió Virginia con su habitual gesto lascivo.

Intercambiando las posiciones mientras se regalaban un beso, Andrea reprodujo la secuencia anterior, dejando traslucir su escasa imaginación sexual. Luego de calentar a Virginia empleándose en sus maravillosas tetitas -ese tipo de senos poco prominentes que se elevan suavemente del pecho en una deliciosa curvatura- se propuso compensarla por todas sus reticencias anteriores con una comida especial. Quería a su amiga y tenía que proporcionarle todo el placer que merecía por haber compartido con ella este mundo de delicias sáficas.

-«Virginia, quiero hacerte correr al menos dos veces seguidas, no voy a parar hasta que te mueras de gusto».

-«Mmmm, eso que has dicho me ha puesto a cien. En el fondo, eres una guarra, eh ?; mira que amenazar a una pobre chica como yo con chuparle el chichi…

La grosería libidinosa de Virginia gustaba decididamente ya a Andrea.

-«Con que guarra yo, eh ?. Ahora vas a ver, maldita bollera !»

Virginia rió gustosamente la insólita salida de su amiga y se dejó hacer. Asiéndola por las caderas, que se cimbreaban ostensiblemente, Andrea intentó esmerarse en la paja bucal de Virginia. Su vagina era muy diferente a la suya: raja estrecha, labios exteriores pequeńos, prepucio clitorial desarrollado y un monte de venus rasurado (Virginia era aficionada a la depilación integral). Era una entrepierna en verdad maravillosa, cuyos efluvios invitaban a ser besada. Todos estos detalles se le ofrecían ahora a Andrea con claridad, pues era la primera vez que le hacía el cunilingus a Virginia sin la precipitación de los encuentros clandestinos. La estimulación que realizaba era sumamente desordenada, ora metiendo la lengua, ora chupando el clítoris, ora introduciendo el dedo… pero era justamente esta falta de experiencia, lo imprevisible de las sensaciones por venir, lo que hacía enloquecer de gusto a Virginia.

Retorciéndose como una culebra, Virginia sintió la inminencia del clímax en el arqueamiento reflejo de su vientre y la erección adicional de sus pezones. Andrea hubo de cogerla con fuerza por la cintura. Gesticulando con grandes aspavientos y gimiendo desesperadamente, Virginia no lo podía ver, pero intuía que su vagina había cobrado vida propia, abriéndose y cerrándose espasmódicamente, sus labios interiores enrojecidos y el glande del clítoris hinchado como una morcilla. El espectáculo impresionó a Andrea, pero no cejó en su empresa masturbatoria hasta precipitar en su amante un orgasmo tremendo y prolongado.

-«Ooooh, siiiiií, Andreeaa !».

Virginia se ahogaba en sus propios gritos y su cuerpo parecía que se iba a caer del sofá entre violentos estremecimientos, pero Andrea, impertérrita, siguió la chupada, ahora más metódicamente. No había concluido la relajación de su útero y senos cuando Virginia sintió invadirle de nuevo una oleada de placer. En verdad, que don de la madre natura el haber nacido multiorgásmica !. Andrea esta vez mantuvo sujeta a Virginia por las tetas, adonde llegaban con holgura sus brazos estirados, proporcionando estimulación extra con el pellizqueo de unos pezones duros como gomas de borrar. Virginia se sumió en un ronroneo gutural, como de gatita satisfecha, para finalmente explotar en un nuevo griterío con la llegada del segundo orgasmo.

Tras darle unos segundos de tiempo, aún insistió Andrea en lamerle a Virginia el cońo, brillante y mojado por la acumulación de salivas y fluidos. Debilitada y aturdida, ya no supo Virginia si le vinieron un tercer o un cuarto orgasmo, pues lo que siguió en los siguientes quince minutos fue una sucesión de sensaciones en oleadas ascendentes y descendentes, como en una montańa rusa. Finalmente, Andrea dejó de chupar y subió radiante de satisfacción por el deber cumplido. Virginia, en agradecimiento por la alucinante sesión, la recibió con un tierno beso:

-«Mmmm, Andrea, Andrea querida, ha sido fantástico. En mis fantasías eróticas contigo no te imaginaba tan hábil… además nunca había tenido tantos orgasmos seguidos. Si lo que querías era ponernos a prueba, te aseguro que hemos llegado realmente lejos».

-«Es que te quiero, Virginia, te quiero mucho. Quiero que me prometas que seguiremos juntas y practicando el sexo. Cuando estoy contigo me olvido de todo, es como si me se trasladara al paraíso. Te imaginas, tu y yo solas por siempre en un paraíso ?.

Entre estas almibaradas confidencias (Andrea podía volverse bastante ńońa a veces) permanecieron desnudas y abrazadas hasta las diez de la noche, acariciándose turbadoramente hasta adormecerse, para reponerse del frenético asalto sexual. Después se levantaron, se pusieron las bragas y unas batas y cenaron tranquilamente.

Estaban realmente cansadas, por lo que pasaron de ver las películas «xxx», tal que se fueron directamente a la cama para descansar y poder iniciar el siguiente día con renovadas fuerzas. Se habían propuesto convertir el sábado en la jornada reina de su particular fin de semana sexual, cuando se entregarían a sus fantasías más exóticas y harían uso del material pornográfico y demás cochinadas aportadas por Virginia.

Fin de «Solas en Casa», parte II.